Ledisia seguía gritando que se quería ir a casa. Me dije a mí mismo que tenía que mantener la calma; ¡éste es el momento para ser hombre!
Afortunadamente, las arañas estaban demasiado concentradas en su trabajo para vernos.
A lo lejos veía el vapor elevándose por detrás de la colina e imaginé que podría haber alguien allá. ¡Estamos salvos!
Me escabullí por la guarida de arañas con Ledisia pero cuando giramos en una esquina, ¡nos dimos de frente con una araña gigante! ¡Casi me desplomé del susto!
Antes de que la araña pudiera reaccionar, agarré a Ledisia y corrimos subiendo la colina tan rápido como pudimos.
Corríamos como si nuestras vidas dependieran de ello...
Estamos seguros ahora... Dije jadeante.
Nos miramos fijamente, ruborizados y sonriendo Su rostro en forma de manzana era tan bonito que me dieron ganas de abrazarla.
Por qué no puedo moverme... Intento
Intentaba zafarme de la goma cuando sentí a alguien detrás de mí. Era el Duende minero, que se hurgaba la nariz como si estuviera buscando un tesoro.
Noté una pequeña llave colgando de su pulso. McGee, el hurgador de nariz, vio la caja que Ledisia tenía en las manos y se abalanzó sobre ella.
Le lancé piedras al Duende y le gritaba para que la dejara en paz.
¡No! ¡Necesitamos esta caja! gruñó él.
Ledisia, sollozando, pudo golpear al Duende con una red de captura.
Yo entré en pánico. Quería proteger a Ledisia, pero no sabía cómo.